miércoles, 7 de octubre de 2015

¿ESCUCHAS O JUZGAS?




 

                Empezaré con dos obviedades:   Nos relacionamos porque nos comunicamos.  La base de una comunicación eficaz es la escucha activa. Pero es necesario recordar que  tan importante es escuchar (que no oír)  como la forma en la que escuchamos:  nuestra actitud de escucha y/o  de observación (lenguaje no verbal)  puede determinar el éxito o el fracaso del proceso comunicativo y de la relación en la que éste se inserta.

 

                 
Foto Pixabay
Hay tres
errores muy comunes que, en mi opinión,  afectan a nuestra forma de escuchar:

                               - incluir en la comunicación prejuicios o estereotipos sobre nuestr@ interlocutor/a  (que me va a enseñar este niñato a mí,  que le doblo la edad;  ésta se cree que como es la jefa sabe más que nadie...);
 
 

                               - dejarnos llevar por las  "percepciones recíprocas o de espejo"; es decir, por lo que creemos que la otra persona piensa de nostr@s  (se cree que por que soy joven no tengo ni idea;  ha dicho eso porque cree que es lo que quiero oir....)

                               - por culpa de uno o ambos de los errores anteriores, prejuzgamos y juzgamos a nuestr@ interlocutor/a y, con ello, sus palabras, sus gestos, sus motivos e incluso a la propia persona. Y seguramente entonces seamos más que injust@s.

 

                En mi opinión,  cuando   en un proceso comunicativo, en una relación,   incurrimos en cualquiera de estos errores,  el resultado es arriesgarnos al fracaso absoluto:   

                                a)  Nos quedaremos sólo con lo superficial de la comunicación, desviando  el foco de atención de lo realmente importante, de lo que queremos obtener de la relación. Con ello, perderemos la oportunidad de obtener la información que queremos conseguir y/o que nos permita  dar el siguiente paso en la relación.

                               b) La posición que pretendamos ocupar en la relación se tambaleará,  porque nos hemos centrado en nosotr@s mism@s, en nuestras opiniones y percepciones recíprocas,  y no en lo que el otro/la otra nos está contando o en cómo nos lo está contando.

                                c) No comprenderemos el porqué de cada paso que pueda dar nuestr@ interlocutor/a. Y esto es  fundamental cuando nuestro objetivo es conocer a fondo al otro o la otra, sus debilidades y fortalezas  (por ejemplo en un proceso negociador).  

                               d) Limitaremos las posibilidades de cualquier otra relación futura con la otra persona: ya la hemos prejuzgado o etiquetado, ya creemos saber qué piensa de nosotr@s y, como seguramente la relación acabará en fracaso, habremos cerrado puertas definitivamente.

 

               
Foto Pixabay
Hacernos a priori  un juicio de valor sobre una persona,   juzgarla,   es muy fácil.  Lo complicado es   escucharla de verdad,   porque requiere invertir más trabajo y habilidades:   intentar comprender el porqué de lo que la otra persona dice o cómo lo dice, empatizar, limpiarnos de prejuicios y estereotipos, buscar la información importante y procesarla a la luz de elementos objetivos,....    

                               

Permíteme,  entonces, acabar con la pregunta con la que inicié esta reflexión:  ¿escuchas o juzgas?.