Esta mañana he leído un curioso
artículo en El País Semanal, escrito por
Santiago Roncagliolo y llamado "El año en que nos volvimos malos".
Una de las frases que más me ha llamado la atención dice textualmente: "Y es que la crisis económica no sólo
ha obligado a recortar los gastos. También se han recortado los valores".
No
sé si peco de ingenua cuando digo que, a
pié de calle y por regla general, en mi opinión los
valores no se han recortado, sino que ha
cambiado el orden en que ahora los situamos,
el orden en el que los priorizamos.
Viendo
u oyendo los deseos que estos días formulamos tod@s, nos daremos cuenta que ya
no pedimos lo mismo. Antes
hablábamos de la paz mundial, de la salud, de la justicia, de que nos tocara la
lotería para dejar de trabajar,..... Ahora pedimos cosas más concretas y
tangibles: fundamentalmente el trabajo y el bienestar.
Estos deseos no tienen nada de egoístas;
es decir, formularlos no nos convierte
en malas personas. Al contrario:
creo que reflejan la necesidad de supervivencia y el miedo a la incertidumbre que -en mayor o menor grado- nos sacuden a tod@s y cada un@ de nostro@s.
Es más, observando atentamente cómo se formulan, cómo se verbalizan, creo que nos
convierte en "buenos y buenas",
puesto que no sólo los formulamos para nosotr@s mism@s o nuestro entorno
más cercano, sino que vamos más allá.
Porque
lo mejor es que este cambio de valores lleva aparejado una equiparación de lo colectivo
con lo individual: no sólo pedimos para l@s nuestr@s, sino también para los
demás. Es decir, estamos desarrollando una mayor conciencia
de grupo. Sí, porque sabemos
que no sólo es mi hermano, mi pareja o mi madre quien necesita
trabajar; porque nos hemos dado cuenta
que el desempleo no sólo afecta a gente sin preparación; porque hemos asimilado
que los desahucios pueden llegar a la puerta de al lado; porque estamos viendo
que nuestr@s hij@s, nuestr@s amig@s deben emigrar para buscarse la vida,.... Hemos aceptado que son problemas comunes y
que mientras más soluciones individuales haya, mejor le irá a todo el colectivo.
Otro cambio que percibo en
el orden de valores se refiere al
orgullo y la vergüenza: ahora somos más generos@s y menos hipócritas; quizás a la
fuerza, es verdad, pero igual que hablamos sin pudor de nuestros propios
apuros, hemos dejado de mirar con lástima o con desprecio a quienes no tienen recursos económicos o tienen menos que antes. Hemos aceptado que a la gran mayoría nos
toca apretarnos el cinturón, que no
sólo es un problema de l@s otr@s.
También
está subiendo puesto en nuestra panel de valores lo que podríamos llamar "activismo a
pequeña escala". Ya he hablado,
en varias ocasiones, de cómo la
ciudadanía está asumiendo roles y funciones, que -tradicionalmente- estaban más reservadas a instituciones
públicas, ONGs y grandes colectivos.
Es
que la
solidaridad está cambiando; tanto en su forma de manifestarse como en
el porqué la practicamos. Cada vez
más, son los ciudadanos y las ciudadanas quienes, individualmente o en pequeños
grupos, están dando su tiempo o sus recursos para ayudar al prójimo. Sí, el prójimo: ese ente antes tan difuso y
lejano, y que ahora encontramos en
nuestra familia, en la casa vecina
Y
ya no ayudamos porque nos sobra: ayudamos
porque sentimos que debemos apoyarnos entre tod@s, sin esperar a ningún
ente (público o privado), porque
pensamos que ayudar a otr@ es ayudarnos a nosotr@s mism@s.
Otro
cambio de puesto en la escala de prioridades se refiere a nuestro papel como consumidores y consumidoras,
como stakeholders. A la escala que cada un@ podemos controlar, estamos aprendiendo a exigir a las
grandes empresas
que sean socialmente
responsables, que se pringuen y arrimen el hombro. En mi grupo de
amigos y amigas ya hemos decidido dejar de comprar en una cadena de
supermercados que riega con lejía los productos de alimentación que desechan.
Y
también estamos empezando a valorar, a distinguir, lo necesario de lo que nos
quieren vender, la
utilidad sobre la moda. Nos estamos volviendo más responsables, coherentes y sensato@s,
porque estamos replanteándonos lo que desechamos y lo que podemos reutilizar.
¿Y en el mundo laboral?. Pues creo que
también ha habido cambio de prioridades, cambio que dependerá de la condición
concreta de cada uno/cada una:
-
Quiénes no tienen trabajo, lo buscan a costa -casi- de lo que sea. El
caso es trabajar (¿os suena?), dando igual en qué sector o puesto.
-
Quiénes están trabajando y NO sienten amenazado su puesto buscan
algo más que la retribución: se prefiere la posibilidad de conciliación,
una cierta libertad
de actuación, que la empresa permita desarrollar el talento y la creatividad,....
-
Quiénes están trabajando y sienten amenazado su puesto buscan la sensación de seguridad, de certidumbre, incluso a cambio de
empeorar determinadas condiciones (sueldo, movilidad geográfica o
funcional,...).
Y
aquí sí que tenemos muestras más que suficientes de esa nueva solidaridad grupal, de
plantillas que acuerdan reducirse el sueldo (temporal o permanentemente) para eludir despidos de otr@s compañer@s.