Ayer conseguí un reto personal: ME CONVERTÍ EN “MEDIOMARATONIANA”. Sí, lo soy y me siento orgullosa de
ello. Pero orgullosa no por el hecho en
sí, sino porque este reto lo asumí en un momento un poco complicado para mí.
Pero sobre todo me siento feliz porque, gracias a asumir el reto, he aprendido muchas cosas; y ya sabéis lo importante que es para mí APRENDER.
Podría hablaros de la cultura del
esfuerzo, de la confianza en uno mismo o en una misma, del trabajo en equipo,
de la fuerza de voluntad, de disfrutar el camino,……. Y todo eso resulta aplicable a este y a
cualquier reto.
No.
Hoy quiero fijarme en una sola
palabra: ILUSIÓN. O ganas,….. o hambre,…. Llámalo como
quieras. Me da igual. Lo importantes es que esa palabra marca muchas
diferencias e implica muchas cosas.
La ilusión no es MOTIVACIÓN, porque tener una razón
-por muy poderosa que sea- para hacer una cosa, no equivale a tener ganas de hacerla. La ilusión es contraria a la
obligación, porque tener que hacer algo suele matar
ese “hambre” por hacerlo.
Sólo hay una primera vez para cada cosa:
ya nunca volveré a correr mi primer medio maratón. Pero “haber gastado esa primera vez” no significa que no me haga ilusión repetir
algo: volveré a hacer esta carrera igual el año que
viene o en otra ciudad. Seré yo y sólo
yo -con mi actitud y mi ilusión o
desilusión- quien convierta una
actividad en una rutina.
Porque, eso le tengo muy claro, la falta de ilusión convierte cualquier cosa en rutinaria y monótona.
Un último apunte: necesito
agradecer. La experiencia de ayer fue increíble y muy
emotiva, gracias entre otras personas, a l@s corredor@s que me dieron un pequeño empujón cuando me
veían más floja. A mi entrenadora, Mude Rodríguez, que en casi tres meses ha
conseguido que deje de ser “cascarón de huevo” en esto de correr. A mis compis de entreno, l@s veteran@s y las
que llevan menos tiempo que yo, que hacían que ir a entrenar tarde y con frío
fuera divertido.
Y sobre todo gracias a mi familia,
que me regaló el dorsal porque confió en mí más que yo misma. A mi marido que, después de terminar su
carrera, fue a buscarme para acompañarme en los últimos metros y aguantó mis
lágrimas de emoción. A mi hijo, que me
acompañó durante los 21 km, sin dejar de alentar cada zancada que daba. A mi
hija, que madrugó un domingo para darme ánimos, a pesar de que no iba a verme
más de un minuto. ¡¡Os quiero¡¡