Si tenéis hij@s que participen en competiciones deportivas, habréis visto cómo se comportan los padres y las madres, de l@s deportistas. Desde que mi hijo empezó a competir (fútbol y carreras), en casa hemos intentado hacerle ver que apuntarse a cualquier actividad requiere asumir una responsabilidad y que hay que esforzarse en dar lo mejor de uno mismo en cada partido o carrera. Sin embargo, también hemos procurado enseñarle que participar es divertirse, respetar y convivir con su entrenador, con su equipo y con los rivales.
En esta labor, nos vemos muy apoyados por los padres de los demás compañeros de su equipo y sobre todo por el entrenador: un chico muy joven que les está inculcando las mismas ideas y valores (divertirse, juego limpio, respeto,….). Pero por desgracia: no todos somos iguales ni tenemos las mismas ideas sobre lo que es, o al menos consideramos que debe ser, el deporte de aficionados.
Este Domingo, en una de las carreras en las que participaba mi hijo, un crío (que ya no podía ganar nada) entró en la meta haciendo eses y mirando hacia detrás, con el único interés de que el niño que venía justo detrás no pudiera adelantarle.
Podéis pensar que es una picardía del crío, incluso esbozar una sonrisa. Pero yo estaba allí y ví cómo -mientras otros espectadores adultos le abucheaban- sus padres le animaban para que no dejara pasar al otro niño. No para que corriera más o mejor; no para que se centrara en él mismo, sino para que el otro no le ganara. Y si hablamos del fútbol, la cosa se complica más: todos tenemos a Beckam o a Messi en casa.
A veces, queremos que nuestros hijos sean los mejores en determinadas cosas aún sabiendo perfectamente -en nuestro fuero interno- que no van a llegar a ser figuras. Les exigimos que se conviertan en lo que nosotros no hemos sido porque no teníamos las virtudes, cualidades o aptitudes necesarias.
Pensando en estas cosas, me acordé que estas mismas conductas se dan con cierta frecuencia en las empresas. Pretendemos que el personal sepa hacer de todo y que lo haga bien. Les exigimos que sean los mejores en todo; que nos saquen las castañas del fuego, incluso más allá de sus funciones.
La pregunta es lógica: quién le exige todo este potencial ¿lo tiene?. O al menos, ¿le están proporcionando a su personal las herramientas y las razones para que adquieran ese potencial?.
Hace un par de años me encargaron despedir a un trabajador alegando “incapacidad sobrevenida para el desempeño del puesto”. El trabajador había sido ascendido 5 meses antes, para sustituir a otro compañero que se había ido de la empresa. El ascenso fue de un día para otro: el trabajador a sustituir se había ido sin avisar, comunicando su cese a la empresa por un correo electrónico. Por tanto, el trabajador ascendido se enfrentaba al nuevo puesto sin período de adaptación, sin que nadie le enseñara nada sobre sus nuevas responsabilidades…
El trabajador no había aceptado la causa del despido y ya había anunciado la correspondiente batalla judicial. Y, además, la indemnización a abonar en caso de que el trabajador ganara era muy alta (tenía una gran antigüedad).
Cuando me reuní con el empresario (llamémosle Antonio), éste me decía que era necesario despedirlo porque lo “traía loco; que no sabía hacer la mitad de las cosas que implicaba el puesto; que se quedaba muchos días después de terminar la jornada y aún así no sacaba adelante el trabajo; que había recibido quejas de clientes y de otros trabajadores…. Él consideraba que el despido estaba “más que justificado”.
La cara del empresario cambió cuando le pregunté ¿quién de la empresa sabe hacer las mismas funciones que le pedís al despedido?. Me contestó que nadie; que por eso le habían ascendido.
Le insistí: Antonio ¿seguro que ningún otro miembro de la empresa sabe todo lo qué hay que hacer en ese puesto?. Cuando me contestó a esta pregunta, él mismo se convenció de que el trabajador iba a ganar el pleito: “No, nadie. Ni yo mismo”.
La voluntad del jugador/trabajador, puede ser la de agradar a su público (padres/empresario) pero si no tiene las cualidades innatas necesarias para ser FIGURA (para desempeñar bien su puesto), sólo conseguirá ser una persona frustrada.
Si queremos que nuestr@ hij@ sea un gran velocista o un perfecto defensa debemos enseñarles las técnicas necesarias. Y si nosotros tampoco las tenemos, hemos de llevarl@ a un entrenador. Esto supone participar en su “vida deportiva” y no limitarnos a esperar al final de la carrera o del partido.
Para exigirle a nuestro personal que desempeñe bien su trabajo, debemos enseñarle cómo hacerlo. Y si nosotros no sabemos, démosle la formación necesaria.
Tienes toda la razón del mundo !!!
ResponderEliminarGracias Javier.
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