A) LUJURIA: atendiendo a la etimología del término (exceso, abundancia) y fuera de connotaciones sexuales, puede definirse como deseo apasionado de algo (Richard y Bernice Lazarus, entre otros.).
Pecamos de lujuria cuando -buscando a toda costa el mayor beneficio económico posible y a corto plazo-, olvidamos a los clientes de toda la vida, que ahora no pasan su mejor momento; se presiona a los proveedores; se presiona al personal hasta casi la extenuación o se recurre a despidos …..
E igualmente somos lujuriosos cuando nos embarcamos en expansiones, internacionalizaciones, nuevas líneas de producción,…. sin tener en cuenta lo que tenemos aquí y ahora y su proyección para mañana.
B) PEREZA: El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) la define como “Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. Flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos”.
Cuando caemos en el inmovilismo o en la Ley del mínimo esfuerzo, pecamos de pereza. Si no se realiza una adecuada planificación del hoy y del mañana, limitándose al “verlas pasar”; cuando esperamos que los demás nos solucionen la papeleta, que otros innoven para copiar después; cuando rogamos a la inspiración divina mientras nos cruzamos de brazos; cuando decimos que “es mejor no tocar nada, por si acaso”; cuando la pena nos deja plomo en las alas (Blas de Otero), pecamos de pereza.
Y ello implica un desastre asegurado: ¿podremos sobrevivir mientras esperamos?. ¿Podemos permitirnos el lujo de ir a remolque de alguien?. ¿Y si lo que copiamos está mal?. ¿Y si no encontramos a nuestro salvador?.
También pecamos de pereza cuando preferimos mirarnos el ombligo en vez de prestar atención a todo nuestro alrededor: competencia, clientes, proveedores, grupos de interés,….. engañándonos al pensar que todo sigue igual. ¿Recordáis esa imagen tan tierna de los niños muy pequeñitos que se tapan los ojos para esconderse, pensando que -como ellos no ven-, tampoco son vistos?. Pues señor directivo: si juegas a esto, no inspirarás ternura sino pena.
C) GULA: Desde la perspectiva del cristianismo, se define como un apetito desordenado por comer o beber. Pero en un sentido menos religioso podemos decir que la gula es todo exceso en las conductas destinado a obtener un placer más o menos inmediato, a corto plazo.
Supone una ausencia total de autocontrol de modo que el principal gobernante de nuestros actos son la pasión y los impulsos, generalmente irreflexivos.
Si la gestión del directivo es cortoplacista, rigiéndose por solucionar el problema que tiene delante y sin pensar en el futuro (“pan para hoy y hambre para mañana”); cuando las decisiones se adoptan por la corriente imperante, por lo que está de moda, sin pararse a reflexionar si es lo más conveniente para la empresa, se está incurriendo en el pecado de gula.
Cuando la política de la empresa se guía por el “y eso también”, en un afán incontrolado por coger todo lo que se ponga a su alcance, pensando en que así va a satisfacer su pasión económica, pero sin valorar los efectos a medio y largo plazo o cuál es el objetivo principal a conseguir, se busca la condena a la pena eterna.
D) IRA: El diccionario de la RAE establece cuatro acepciones para esta palabra: pasión del alma que causa indignación y enojo; apetito o deseo de venganza; repetición de actos de saña, encono o venganza; y furia o violencia de los elementos.
La dirección se dejará llevar por la ira cuando actúe irracionalmente; “con el hígado”, en vez de con el corazón o la cabeza. También actuará con ira si considera que vive en un campo de minas y rodeado -no de colaboradores-, sino de enemigos a batir.
Entonces se adoptan decisiones cuya finalidad es, casi en exclusiva, demostrar nuestro poder, nuestra superioridad frente a clientes, proveedores, trabajadores,….. Nos ofuscamos, perdemos el norte, y sólo nos guiamos por un propósito nada noble que, además, nubla la visión lateral (las consecuencias en nosotros y en los demás). No dirigimos, no lideramos y no negociamos: sometemos.
E) ENVIDIA: Si acordamos que hay dos tipos de envidia, la insana se puede conceptuar como tristeza o pesar por el bien ajeno o alegría ante la infelicidad del otro. Es también el deseo de tener lo que no se posee. Desde luego implica un profundo autodescontento, una gran pobreza de espíritu, una insatisfacción constante.
Con la envidia “insana”, las decisiones que se adopten vendrán derivadas de prestar más atención al otro que a mis propios intereses, objetivos, necesidades, virtudes y defectos. Ello puede llevarnos a perder el rumbo y a convertirnos en los mejores “benefactores” de nuestros enemigos.
La competencia está ahí para que aprendamos de y con ella; no para determinar cómo debemos gestionar nuestra empresa. Pero si nos movemos por la envidia, acabaremos sobrevalorando todo lo ajeno y desaprovechando lo propio; tiraremos por la borda toda nuestra trayectoria anterior y, por supuesto, el fututo. Acordaos de Napoleón: la envidia es una declaración de inferioridad.
Y si la envidia la sentimos respecto a nuestros compañeros, el desastre garantizado será aún más rápido. Ojo a las empresas excesivamente departamentalizadas, en las que, para fomentar la competitividad, se establecen cuentas de resultado separadas, se monetarizan los servicios que se prestan entre ellos, se cuantifican exclusivamente los costes sin atender a otros parámetros,…..
Pecamos de avaricia cuando nuestra gestión se centra sólo en el beneficio económico o en el poder, pasando por encima de todo lo demás: grupos de interés (internos y externos), responsabilidad social, innovación, futuro. Y, a veces, aunque lo hayamos conseguido, tampoco lo disfrutamos ni lo rentabilizamos: queremos más.
Sometemos nuestros intereses e incluso nuestro bienestar a ese deseo de riquezas. Nos convertimos en el “Harpagón” de Moliere. Como resultado, ponemos en un muy serio peligro a nuestra imagen, a nuestro prestigio y, por ende, a nuestra viabilidad.
Pero también está el avaro que quiere disfrutar en solitario de lo conseguido tanto con medios propios como con medios ajenos, abusando de una situación de poder: presionamos y ahogamos a los proveedores, imponiéndoles precios de compra; exigimos a nuestros trabajadores que redoblen esfuerzos, pero sin contraprestación. ¿Conocéis a alguien que se vanagloria públicamente de su colección de vinos, pero cuando os invita a su casa os da uno “corriente”?.
Y ¿qué decir del jefe que se arroga todo el mérito del trabajo de su personal?. Su avaricia le dejará finalmente en absoluta soledad.
G) SOBERBIA: De las muchas definiciones existentes, a efectos de este post me quedo con las siguientes: “Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”.
Soy el ombligo del mundo; sé todo lo que hay que saber de la gestión de esta empresa, de lo que quieren nuestros clientes, de lo que es necesario para sobrevivir, de quién es el mejor para cada puesto, de dónde está el problema,…
Soy el salvador, el único imprescindible y necesario. Por ello, todos los demás deben estar a mis pies y rendirme pleitesía. Te oigo, pero no te escucho porque tu opinión no es la válida, aunque lleves 15 años haciendo el mismo trabajo y yo no sepa ni de qué va. Tú no tienes los estudios/la experiencia que yo tengo, por lo que tu criterio carece de fundamento.
Lo que haga la competencia me trae sin cuidado: llevo haciendo esto toda la vida y aquí sigo, he sobrevivido. No necesito aprender nada más.
¿Qué he cometido un error?. Para nada: los equivocados son ellos; y ya vendrán para pedir perdón; ya lo veréis. Confianza en mí mismo me sobra.
¿TE RECONOCES EN ALGUNO DE ESTOS PECADOS? Pués recuerda que todavía puedes librarte de la condena eterna haciendo un acto de contrición y pagando tu penitencia.