Desde hace unos años, mis hijos
tienen la costumbre de regalarnos, a su
padre y a mí, unas pulseras de cuero o
de hilo. El regalo lo recibimos siempre en los primeros días de sus vacaciones
escolares.
Se trata de un regalo tan barato como lleno
de simbolismo y mensajes: "señores,
que empieza un período en el que nosotros queremos desconectar, pero también os
pedimos que descanséis con nosotros". Al menos así lo interpreto yo.
Ponernos
las pulseras significa el inicio de un período más lúdico, en el que pasamos más tiempo juntos, en el que nos
apartamos un poco de la rutina diaria, en la que estamos algo más relajados,.........;
en resumen, las pulseras representan un
período en el que procuramos atender más a nuestra higiene mental.
Pero esas pulseras desaparecen de nuestras muñecas
en cuanto empezamos a trabajar de nuevo: ya no pegan, ya tenemos que recuperar
la seriedad y la formalidad. Quitarnos
las pulseras implica volver a encorsetarnos.
¿Por
qué? ¿Porqué necesitamos un símbolo que nos diga cuándo y hasta cuándo podemos
sentirnos un poco más relajados/relajadas, un poco más libres?.
Este año he decidido no quitarme la pulsera.
Cada vez que la mire recordaré que necesito un período diario para mi higiene
mental. Que la parte lúdica de la vida es necesaria; pero no sólo en una época
concreta, sino todos los días. Soy consciente de que -en la mayoría de los días- es más fácil decirlo que hacerlo. Pero si ni
siquiera lo intento,.....
Y cuando se me rompa o cuando se me caiga de vieja, la sustituiré por una
pulsera mental, que yo misma me regalaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario